Publicado en la Revista el Topo – Red Socialista
A Victor Hugo se le reconoce como un novelista universal y uno de los intelectuales más influyentes de su tiempo. Sin ser socialista sino en el mejor de los casos un reformista del siglo XIX, logró plasmar en Los Miserables, una virtuosa denuncia contra la desigualdad y la injusticia. Su crítica también abordó el problema del dinero, pero no lo hizo como economista, sino como artista, y probablemente lo planteó mejor que muchos de sus contemporáneos. Uno de los fragmentos más afortunados sobre este tema, se encuentra en un poema titulado “Te deseo”. Allí este francés, en medio de los buenos deseos para el ser querido, dijo:
Te deseo además, que tengas dinero,
porque es necesario ser práctico,
y que por lo menos una vez por año
pongas algo de ese dinero frente a ti y digas
“Esto es mío”
sólo para que quede claro
quien es el dueño de quien.
No es suficiente con desear dinero para facilitar la vida material, sino que Victor Hugo también le desea a su ser querido, recordar de vez en cuando que el dinero sirve como medio de cambio, y no que los seres humanos les sirven al dinero. ¿Por qué hacer este tipo de aclaración? ¿Acaso no es evidente que el dinero es un medio?
Esta aclaración tiene sentido en el contexto de una concepción económica superficial, con premisas naturalistas acerca del egoísmo innato del ser humano como fuerza motriz de la sociedad. Para la economía vulgar es la incesante búsqueda de dinero el motivo que mueve al mundo, por lo que estas monedas, billetes o cualquier mercancía que lo represente, es concebida por el sentido común como un fin en sí mismo. Su obtención es prueba social de éxito y capacidad de compra.
David Harvey en su libro Las diecisiete contradicciones del capital y el fin del capitalismo expone con magistral simplicidad cómo el dinero es una representación del valor social del trabajo, sin embargo bajo el capitalismo se confunde la representación con lo representado, los medios con el fin, y esta falsificación resulta trágicamente guiando la producción social por un sendero de crecimiento perpetuo, mayor desigualdad social e injusticia.
La exposición del geógrafo británico empieza con el reconocimiento de las facilidades que permite el dinero. Bajo circunstancias de trueque, seguramente se tendría gran dificultad para hacer coincidir las necesidades y los intereses. Un zapatero que quiere pañuelos, tendría que buscar alguien que quiera zapatos y a cambio entregue pañuelos. Por supuesto, en una economía tan compleja, no se puede producir todo lo necesario y cobra relevancia el intercambio de valores de uso (bienes y servicios) que otros producen, y para ello el dinero surge como medio de pago, atesoramiento y medida de todos los precios.
En esta primera instancia, Harvey describe el dinero como una representación del tiempo de trabajo de otros seres humanos. El pan del desayuno, la vivienda, el bus que transporta todas las mañanas a cientos de trabajadoras, son todos productos del trabajo y el ingenio humano, de una organización social que hace del planeta un gran taller de mercancías y servicios. Por ello, el valor es una relación, y el dinero es su representación material.
Harvey expone que el dinero no solo materializa una relación social, sino que además la falsifica. Cuando el dinero sirve como unidad de cuenta, se emplea esta materialización del valor para etiquetar con un precio todas las mercancías. La falsificación se hace evidente en la rotulación de mercancías inverosímiles que dan cuerpo al tráfico de especies, órganos, mujeres, conciencias, dignidades, entre otras más. ¡Todos negocios muy lucrativos en el capitalismo! El extremo mismo de esta increíble falsificación es el uso del dinero para crear dinero como si fuera capital.
Al compararlo con otras representaciones se observa la peculiaridad de la falsificación. Por ejemplo, las escalas de medición física de la longitud y el volumen, representan las distancias y espacios que ocupan los cuerpos respectivamente. Pueden comprarse metros de tela y volúmenes de agua potable, pero no pueden comprarse metros y centímetros cúbicos en sí, porque son sólo representaciones y en estos casos físicos no se pierde de vista el objeto representado. Mientras que en el caso de algo intrínsecamente social, la representación (dinero) puede comprarse y venderse sin alterar necesariamente lo representado (valor social del trabajo). Un banquero crea dinero vía créditos a sus clientes, y a cambio cobra un interés en dinero, por lo que engañosamente parece que el dinero crea dinero.
Las contradicciones no terminan con la falsificación del dinero como representación del valor social del trabajo, éste es solo la punta del iceberg. Debido a que los capitalistas no pueden ver el trabajo coagulado en las mercancías, todas sus decisiones son orientadas por los valores de cambio, y de esta manera los planes económicos, la producción y la distribución de valores de uso terminan siendo el resultado de corrompidas señales de mercado. En lugar de tener un sistema de mercado descentralizado y con resultados de producción y distribución eficientes, tal cual lo soñaron los economistas liberales del siglo XIX y los neoliberales del siglos XX, en realidad se tiene un sistema irracional, trágico e injusto como lo demuestra la crisis medio ambiental, la exclusión y la desigualdad social que padece importantes segmentos de la población. Simplemente no hay nada de racional en un avión dirigido por una brújula averiada.
Sin embargo, la salida no es solo arreglar la brújula, sino además cambiar el avión y el destino. En ningún momento de este escrito se lanza como suficiente una reforma monetaria. La alternativa a este sistema caótico no es otra que un sistema fundado en la producción de valores de uso, en correspondencia a las necesidades de la mayoría y no en los beneficios de unos pocos. Este sistema que sustituye el caos y el autoritarismo del mercado con la planificación y la democracia se llama socialismo. Sin embargo, no puede lanzarse una propuesta de transición hacia el socialismo sin dejar de considerar pausadamente el problema del dinero.
El primer paso puede ser que el dinero deje de tener una forma que facilite la acumulación de poder social. Es importante que siga siendo un medio para el cambio de mercancías, pero es clave que tan pronto termine esta función, no sirva para la acumulación y acaparamiento del que es objeto por parte de banqueros, especuladores, tramposos de oficio ilegales y legales (intereses adicionales, comisiones de por vida, vendedores de productos por teléfono, etc.).
En medio de la historia que Victor Hugo hizo de Los Miserables, su protagonista afrontó el problema del dinero. Su solución no fue depositar el dinero en los bancos, sino guardar una importante cantidad de dinero en el bosque Montfermeil dentro de un cofre de madera. Este dinero fue en parte los ahorros de su vida, y en parte los candelabros de plata que un viejo sacerdote permitió que Valjean le robara. Con este dinero el cura buscó comprar un nuevo futuro para un hombre, mientras este con esta riqueza logró proteger a una niña que luego adoptó como su hija. La oportunidad que le representó a Valjean ese dinero, no la iba a entregar a corruptos banqueros o policías para que se la robaran.
Aunque intuitiva la alternativa que ofrece Victor Hugo a través de sus creaciones literarias, hoy en día pueden idearse nuevas formas dinerarias que inhiban la acumulación de poder social por parte de los capitalistas y especuladores. Debe lograrse que el dinero se subordine en última instancia al poder político, y no como en la actualidad, el poder político emane de la riqueza del dinero. Una posibilidad que relata Harvey, es hacer del dinero un medio perecedero. Que tan pronto este cumpla su ciclo como medio de pago, no pueda acumularse, al igual que las millas de viaje. Con ello el dinero, que es superior como medio respecto al trueque, deja de ser un mecanismo de acumulación de poder social.